Hola, soy un
Dios. «¿Dios?, ¿cuál de ellos?», os preguntaréis algunos (algunos, porque todos
es imposible. En vuestro planeta no hay dios que se ponga de acuerdo). ¿Cómo que
cuál de ellos? Soy Dios y punto. Solo hay un Dios. ¡A ver si os creéis que esto
está lleno de dioses! ¡Anda, no me jodáis! ¿Pero cuándo os daréis cuenta de que
existo? ¡Pues claro que existo! ¡Que las galaxias no se hacen solas! Estoy todo
el día currando. Ser el creador del universo es la hostia. Estoy constantemente
creando planetas, expandiendo galaxias y todo eso... ¿Por qué?, ¿para qué?... Coño,
¿qué queréis que haga? No tengo otra cosa que hacer, soy el Creador. A veces
parecéis tontos.
Los humanos
creéis en cientos de dioses diferentes, escribís sobre mí sin tener ni puta
idea, me ponéis nombres rarísimos, me imagináis a vuestra imagen y semejanza.
¡Ja, ja, ja, ja! No sabéis lo que me divierto leyendo vuestros libros sobre mí.
¡Qué imaginación! Lo más cachondo es lo del «hijo de Dios». Tremendo. ¿Pero qué
hijo ni qué niño muerto? Yo no tengo hijos. ¿Pero cómo voy a tener hijos? Soy
Dios, el Creador. ¿Pero de qué vais, chulos de mierda? Un hijo de Dios... ¡y
con forma humana! ¡Puaagj! ¡Estáis colgados!
La verdad es
que me tenéis un poco cabreado. No podéis ni imaginaros cómo soy. Es imposible.
Si pudieseis ver mi forma física real, fliparíais. No podéis porque a mí no me
da la gana... Igual os creéis que tenéis los mismos sentidos que yo, que
percibís lo mismo que yo... ¿Pero qué os pensáis? No puedo entender vuestra
arrogancia. He creado unos seres muy extraños, con delirios de grandeza o algo
así. Solo veis lo que yo quiero que veáis. Solo sentís lo que yo quiero que
sintáis. Yo lo he creado todo. ¿No lo entendéis? Es algo lógico, tontos.
Me tenéis
alucinado... ¿Pero por qué os pusisteis a hablar? Yo no quería que hablarais.
Menuda habéis liado con los idiomas. Joder, estaba todo calculado. Cada uno en
su sitio. Nacer, crecer, reproducirse y morir. ¡Y ya está! ¡Pero si es muy
fácil! Me había quedado todo redondo y vosotros venga a inventar cosas. Que si
la rueda, que si flechas, que si máquinas, que si preservativos... Sois unos
degenerados, os ponéis a follar por follar.
Os puse un sol
de puta madre para que os diera luz, entre otras muchas cosas, y viene el
Edison de los cojones a inventar la bombilla, lamparitas, farolas, focos, no sé
qué, no sé cuántos... ¡Coño, cuando es de día es de día y cuando es de noche es
de noche y punto! Si es muy sencillo. Qué manía con complicar las cosas. ¿Qué
pasa? ¿Os aburríais por las noches? ¡Pues os jodéis! Las noches las hice para
dormir, cabrones. ¡Que os pasáis toda la noche por ahí tomando copas! ¡Que os
estoy viendo todo el puto día!
Y el cielo… ¡El
cielo lo hice para los pájaros! ¿Por qué os pusisteis a volar?... Cuando veía a
ese tal Ícaro intentando volar como un pajarito, me desternillaba de risa. Un
día le grité y todo: «¡Que te vas a matar, capullo!»... Pero, claro, no me
podía oír.
Cuando
construisteis los primeros cacharros voladores, no me lo podía creer. «Lo van a
conseguir, los cabrones», pensé. Pero lo que más me jodió fue el día en que me
pisasteis la Luna. ¡Me cagué en vuestra puta madre! ¡Pero quedaros en vuestro
planeta, so mamones! Y, encima, la basura espacial esa que va dando vueltas por
ahí sin ton ni son. Queda feísima. Al final me vais a joder todo el trabajo.
Lo mismo con
el mar… ¡El mar era para los peces, no para que empezarais a navegar y
descubrir cosas! El día que vi a Colón salir a descubrir América, estuve a
punto de meterle un rayo por el culo, pero me dije a mí mismo que no
intervendría en los acontecimientos. Y, os lo juro, me está costando cumplirlo.
A veces
maldigo el día en que os creé. Con vosotros se me fue la mano. Hasta entonces,
todo iba de puta madre. Lo tenía todo planeado para que fuese en armonía. La
cadena alimentaria me quedó perfecta. La vegetación fue una obra maestra (no
queda mal que yo lo diga, porque soy Dios) y la variedad de animales, indescriptible.
Todo iba sobre ruedas (rueda… maldita rueda. ¿Pero por qué no os quedasteis
quietecitos?). Era el planeta que me había quedado mejor. Mucho mejor que el
planeta Fango, que lleva treinta siglos deshaciéndose y solo conseguí que
vivieran sapos, ranas y culebras. Igual que en el planeta Kaka, donde solo han
subsistido gusanos, moscas, ratas, cucarachas y una especie de humano con forma
de cerdo que se ha adaptado perfectamente. Y de momento no se ha puesto a
inventar nada (y que dure).
Crear la Tierra no fue fácil. ¿Siete
días? Ja, ja, ja... Antes de crear la Tierra, hice por lo menos 3.000 intentos,
pero no me salían como yo quería. Todos esos planetas que conocéis, Marte,
Júpiter, Saturno, Plutón... solo son errores de cálculo. No hay vida. No os
empeñéis en buscar nada (la verdad es que me la suda lo que hagáis. Diga lo que
diga, vais a hacer lo que os dé la gana).
Los
meteoritos también son errores y me vuelven loco, porque a veces me destrozan
planetas. Hace unos cuantos millones de años me destrozaron la Tierra. ¡No veas para
recomponerla! Me supo mal por los dinosaurios, pero aproveché para sacármelos
de encima. Me habían quedado demasiado grandes y se comían todo lo que
pillaban. Digamos que hice algunos ajustes. Las ballenas las dejé porque no
eran tanto problema y porque no sabía que ibais a arrasar los océanos, que si
no... (Sinceramente, ni lo había pensado. Lo último que imaginaba es que un
metro y medio de humano se pusiese a cazar ballenas).
La verdad es
que no sé por qué me molesto en hablar con vosotros. Igual después de leer esto
alguno se pone a gritar: «¡Milagro, milagro, Dios me ha hablado! ¡Me ha dicho la
verdad! ¡Sé la verdad! ¡Seguidme, os enseñaré el camino!»... Sois la repera. Qué
especie más rara. Os dan un poco de raciocinio y ¡hala, a desmadrase!
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