Solo éramos cuatro tipos vulgares que
habían decidido probar suerte.
Harry,
un padre de familia ejemplar, que había tomado la decisión más difícil de su
vida al planear aquel atraco; Andrew, el camarero, un buen tipo; Sam Granger, un
escocés bonachón que trabajaba en una cadena de montaje, y yo, que me dedicaba
a la recogida de chatarra.
Todos queríamos lo mismo: robar aquel
banco y sacar de allí las joyas que nos permitirían vivir como reyes el resto
de nuestras vidas.
Pero
cuando abrimos la cámara de seguridad, la policía estaba allí, esperándonos.
Me supo mal, pero con la pasta que cobré
pude pagar un par de alquileres.
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