martes, 9 de abril de 2013

UN HOMBRE ENFERMO QUE QUIERE MORIR

Hola, soy un hombre enfermo que quiere morir. Bueno, más que un hombre, soy como un vegetal. Aunque, pensándolo bien, ni siquiera soy un vegetal… Ojalá… Por lo menos notaría cómo me crecen las raíces o cómo se mueven los insectos alrededor de mis flores, incluso notaría el dolor que deben de producir los gusanos al devorar mis hojas. Pero lo más parecido a un gusano que tengo cerca son los dedos de las enfermeras de este horrible hospital. No es que sean malas personas. Lo que pasa es que llevo quince años sin poder levantarme de la cama y eso te hace verlo todo gris, irreal y deformado. Soy tetrapléjico y solo puedo mover la cabeza.

Hay muchos tipos de enfermeras (en quince años he tenido tiempo de saberlo). Hay algunas que realmente sufren por ti, y me dan un poco de lástima porque lo pasan muy mal. Llegan por la mañana con unas ojeras como plazas de toros y te miman como si fueses su hijo y cuando les dices que quieres morir, te comprenden. Estuve a punto de convencer a alguna de ellas de que me ayudara a acabar con mi vida, pero después no podía soportar imaginármelas remordiéndose la conciencia continuamente. No me moriría tranquilo.

Hay otras que van de duras, como si no pasara nada. Es una estrategia que no funciona, aunque ellas piensan que sí. En mi caso, por mucho que quieran crear un ambiente de normalidad, no lo consiguen. Cuando eres consciente de lo que pasa, cuando llevas 5, 10, 15 años en una cama, no hay quien pueda sacártelo de la cabeza. También intenté, sin éxito, que una de ellas me ayudara, pero la mayoría me daba un sermón sobre la existencia... «¡Qué sí... que lo sé!»... No hubo manera.

Las amargadas son las más difíciles de aguantar. Esas sí que son deprimentes. No pueden aguantar su trabajo, pero tienen miedo a dejarlo y no encontrar otro empleo. Han estudiado para ser enfermeras y se agarran a ello como lapas. No hay más que mirarlas a la cara. Están deseando salir de allí. No soportan su trabajo ni a los enfermos. Se agobian y te agobian. También intenté que alguna de ellas me ayudara a morir, pero ni por esas. «¿Quién, yo?... Solo me faltaba eso», decían.
 
Otras hacen bromas y cuentan chistes continuamente. Se nota mucho que lo hacen un poco forzadas por la situación y, aunque a veces me hacen reír, después aún me deprimo más rápidamente. Como aquel día que me contaron un chiste donde un paciente le pregunta al doctor si ya saben lo que tiene y el doctor le dice que tiene la enfermedad de Rochester. El paciente vuelve a preguntar: «¿Y qué enfermedad es esa?». Y el médico le contesta: «Aún no lo sabemos Sr. Rochester». A mí me hizo bastante gracia, pero mi compañero de habitación, un paciente en fase terminal, murió al cabo de unos segundos… Aunque quizá fue una casualidad.

A este tipo de enfermeras cuando les pedía que acabaran con mi vida, se echaban a reír como descosidas. Me tomaban a broma. Igual era porque tenía la cara medio agarrotada y se me había quedado una media sonrisa tonta, igual era por eso, no lo sé.

Desde que estoy así, me encuentro siempre en una especie de laberinto y sólo se me ocurre una salida: acabar de una vez. Naturalmente, sin dramatismo. Morir y ya está. No estoy pidiendo la Luna.

A veces me siento una criatura de ciencia ficción. Me gusta la ciencia ficción (iba a decir «me gustaba», pero aún estoy vivo). En todo este tiempo he visto centenares de películas, he leído montones de cómics (gracias a un mecanismo electrónico con el cual puedo pasar las páginas) y he soñado mil veces que bajaba las escaleras del hospital convertido en un mutante extraterrestre y escapaba con mi nave espacial en forma de aspirina (¡eso si que sería ciencia ficción!).

Sinceramente, ya no estoy triste (aunque pueda parecerlo). He llegado, incluso, a divertirme en esta cama. Simplemente quiero morir. No es tan dramático. Cualquier animal al que le llega su hora se va a un rincón y se muere. ¿Por qué no puedo yo?... «¡No te dejaremos morir como un perro!», dice mi familia. Pero ¿qué pasa? ¿Que no tengo los mismos derechos que un perro?

Cuando me dicen esto, siempre me acuerdo de las películas del Oeste, cuando el caballo se rompía una pata mientras cabalgaba por el desierto y caía al suelo. El John Wayne de turno le pegaba un tiro para que no sufriera y todos los espectadores nos quedábamos mucho más tranquilos pensando que era lo que había que hacer. ¡Qué suerte tienen los caballos! Lo que más hago en esta cama es soñar. Tengo sueños de todos los colores. He tenido sueños hasta con el Papa. Se me acercaba volando enganchado por la espalda a un minizepelín, con una jeringuilla en la mano derecha y un libro de cocina en la izquierda, y me decía: «Las recetas de Dios son incalculables, come de su tarta»… Abría el libro y después me recitaba una de esas recetas como si estuviese dando un sermón. Las había para todos los gustos: San Jacobos al vino tinto, lentejas Urbi et Orbi, pinchos de Judas, judías con hostias a la vinagreta, espaguetis Fumata Blanca, tripas de cura comunista con salsa roja… Cada sueño, una diferente. Pero la que más me llamó la atención fue la ensalada de carne estilo Burundi. No os digo los ingredientes porque daban un poco de asco. Era un sueño, ya se sabe.

En algunos sueños elijo el verano para morir. Es mi estación preferida. Imagino que me dejan en un bosque de pinos de esos que dan a una playa con agua cristalina. Me gustaría morir ahí, tirado en la playa, con las olas yendo y viniendo, y el sol en todo lo alto. Frío y caliente. Seco y mojado. Resbalando, poco a poco, hacia el mar…

En mi caso, estar despierto es como estar dormido y cuando duermo me siento más vivo. Cuesta explicarlo. Esta es la sensación que me hace elegir la muerte como el único camino para mí. En el sueño me puedo mover libremente, pero cuando despierto todo se limita a cuatro paredes blancas. Bueno, la pared de enfrente tiene unos cuadros preciosos de paisajes. A veces sueño que estoy despierto y me meto en los cuadros. Imagino qué es lo que hay más allá del dibujo. Una vez, detrás de ese árbol, sí, el de la derecha, vi a una mujer escondida… Y estaba despierto... Bueno, la verdad es que no estoy seguro... Creo que intentaré dormir un poco...

Ah, se me olvidaba... No me he presentado… Mi nombre es Manuel Eutanasio... Manolo para los amigos…

Buenas noches y hasta mañana... Supongo.


2 comentarios:

  1. Que tal ¿ Como estás? Leí tu publicación y de ser cierta, dejame decirte que la muerte puede esperar, eso dejaría muy tranquila a tu familia y para ti que más da. Hay muchas personas que están en tu misma situación pero solos y aun así encuentran la fuerza para seguir, hazlo tu también. Como tu mismo dices el que te ayudarán a partir causaría daño al ejecutor y por otra parte tu eres libre, alimenta tu mente, tu alma e invierte los papeles, vive en tus sueños y duerme en tu vida. Animate no estas solo.

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  2. Hola te entiendo totalmente,yo estoy enferma desde hace 2 meses y no sabian que tenia, fuimos con 10 doctores hasta que supimos que era , ahora me siento fatal y en depresion, al igual que a mis padres les estoy haciendo mas la vida imposible con mi actitud, haciendo llorar a mi madre cosa que se que no es bueno pero es inevitable no poder hacerlo, en fin lo unico que nos queda es echarle ganas,que mas da. Saludos y exito!!. No estas solo.

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