martes, 4 de noviembre de 2014

Carolina Espinazo

Piso 131 Puerta 3

Carolina Espinazo tiene 85 años y vive sola… Acaba de resbalar al intentar entrar en la bañera y se encuentra tumbada en el suelo sin poder moverse… Grita pidiendo ayuda, pero se da cuenta de que nadie la oirá hasta que su vecino no baje la música… 

Tumbada en el suelo recuerda cuando, de niña, iba a bailar a las verbenas de su pueblo… Recuerda a “Pepa”, su muñeca de trapo… Las monjas del colegio que le hacían la vida imposible… A su padre llevándola en su tractor a visitar a sus amigas… Su madre levantándola de la cama cariñosamente… El día en que conoció a Gregorio Burlesque, que después sería su marido… Sus primeras vacaciones en la playa… La luz de la mañana que entraba a través de la ventana de su habitación… Los días de lluvia… Las tormentas de verano… Las barbacoas con sus amigos… La muerte de sus padres… La tarde en que llegaron a la ciudad huyendo de la miseria… La tristeza que sintió al abandonar su pueblo… El nacimiento de su primer hijo, Juan… su primera sonrisa… el delicado tacto de su cuerpo… la torpeza de los primeros días… la angustia de ser madre… La noche en que Gregorio le dijo que se iba a vivir con otra mujer… la desorientación… las lágrimas derramadas en la almohada… Recuerda a Julio Rondalla, su segundo marido, entrando en su casa con la excusa de pedirle un poco de sal… su carácter alegre… sus fuertes brazos… la felicidad infinita que sentía a su lado… El nacimiento de su otra hija, María… tan preciosa… tan gordita… “Albondiguilla”, la llamaba su padre… El coche
de segunda mano que se compraron… de un color rosado horroroso, pero al que cogieron un especial cariño… La difícil adolescencia de Juan… su rebeldía… La tos de su marido por las noches… Las visitas al doctor… La enfermedad de Julio… irreversible… su adiós… La soledad de aquellos días… la confusión… El principio de la primavera cuando cumplió 50 años… Aquel rayo de sol que entró por la ventana de la cocina y que ella vio como una señal… Se vistió apresuradamente, cogió el autobús y volvió a su pueblo… Recordó el día en que le dieron las escrituras de aquel terreno que había sido de su padre… cuando plantó las primeras hortalizas… cuando recogió sus primeras lechugas… El sabor de los tomates que le dieron la idea de montar un negocio de agricultura biológica… La suerte que tuvo de encontrarse un día, por casualidad, con Rigoberto Dandy, que, como ella, andaba buscando la felicidad… La noche en que hicieron el amor por primera vez… La sensación de euforia en un cuerpo que creía marchito… La llegada de otro invierno… las excitantes primaveras… los asfixiantes veranos… y aquel otoño lúgubre… cuando Rigoberto, diez años mayor que ella, se hizo viejo de repente… Una nueva despedida… 

Y ahora recuerda, tumbada en el suelo del baño, el más extraño de los sucesos que le han ocurrido en su vida… cuando, esta mañana, se levantó y se encontró viviendo aquí, en este rascacielos… sin saber cómo ni por qué había llegado a este extraño lugar… y planteándose si la vida que ella recordaba era real… o simplemente había sido un sueño. 

La respuesta a esa pregunta se ha convertido en el sentido de su vida… mientras la música de su vecino sigue retumbando en las paredes.







No hay comentarios:

Publicar un comentario