martes, 4 de noviembre de 2014

Ignatius Caulfield

Esta mañana me ha pasado algo inesperado mientras hacíamos el examen de lengua en el instituto. Por un instante, me he enamorado de Jane, una chica que llegó hace unos días. Parece ser que tuvo algún problema en su antiguo colegio y tuvo que incorporarse a mitad de curso. Unos dicen que ha cambiado de instituto porque su padre es militar, y otros dicen que tuvo un desliz con un profesor o algo así. La gente siempre está diciendo cosas. 

Jane estaba sentada a mi izquierda, en su pupitre, concentrada en el examen, como todos. No sé muy bien por qué me he quedado observándola embobado. Quizá ha sido porque la luz de la calle la iluminaba a contraluz y la silueta de su rostro quedaba perfectamente dibujada en la ventana. Era una imagen preciosa. Mientras la miraba, el cielo ha empezado a nublarse, la luz del exterior ha ido menguando y, poco a poco, su rostro ha ido apareciendo como por arte de magia ante mis ojos. Ha sido como si alguien estuviese revelando una de esas fotos instantáneas delante de mis narices. Jane estaba preciosa mirando su examen con expresión melancólica, lo miraba como si en aquel examen alguien hubiese escrito un poema. Ha suspirado y se ha llevado el lápiz a la boca. De repente, un pequeño resplandor ha surgido de sus labios y sus ojos han brillado al unísono. 

En ese instante me he enamorado de ella.

Ignatius Caulfield.







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