martes, 11 de noviembre de 2014

Ignatius Caulfield 2

A veces pienso que estoy escribiendo esta novela con algún propósito que no tiene nada que ver con la literatura, que cuando la termine me convertiré en adulto de repente y me marcharé de esta casa. Hace tiempo que pienso en ello, en la conversación que tendré con mi madre antes de marcharme.

—Me voy, mamá.
—¿Dónde? Es la hora de cenar.
—Me voy de casa, mamá.
—Pero no puedes irte. Es la hora de cenar.
—Me voy de casa para no volver.
—Pero tienes que volver, aún no has cenado.
—Me voy de casa para siempre, mamá, quizá no volvamos a vernos.
—Pero, ¿y la cena?, ¿no has visto el reloj? Es la hora de cenar.
—Adiós, mamá.
—Pero no puedes irte. He hecho croquetas.

Después, me dirigiré a la estación de tren y cogeré el primero que venga. Que me llevará a una gran ciudad. Allí me convertiré en un escritor bohemio y solitario y viviré austeramente en los bajos fondos. En el barrio más sucio y maloliente. En un edificio destartalado de seis plantas sin ascensor lleno de camellos, jonkies, prostitutas y personajes así. Dormiré en una minúscula habitación con grandes manchas de humedad por las paredes, un catre, un lavamanos mugriento, una silla, una mesa y una lamparita con una bombilla amarillenta que parpadeará cada diez segundos. El resplandor de las luces de neón de un club de striptease entrará impertinentemente por la ventana durante toda la noche invadiendo mi intimidad. Conoceré todos los antros del barrio y seré un personaje más dentro de un mundo de artistas malditos. Viviré aventuras imposibles y escribiré las novelas más incomprendidas de la historia de la literatura. Posiblemente muera de cirrosis. Eso aún no lo tengo pensado. 

Lo que acabo de escribir es una exageración, claro, pero les juro que a veces pienso que es lo que quiero hacer.

Ignatius Caulfield






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