Aquel día
tenía hambre, como todos los días. Eso tuvo fácil arreglo porque estaba
invitado a comer en casa de mi tía Angustias que cumplía setenta años. Era una
de aquellas comidas familiares que se hacen cada quince años… Bueno, en
realidad yo hacía más de veinte que no la veía y, la verdad, aún me pregunto a
quién se le ocurrió invitarme… Me imaginé a mi prima Socorro repasando algún
álbum de fotos antiguo y reparando en mi careto… “¿Este quién es? ¡Ah, sí, el
primo! ¡Aquel que quería ser escritor!”… y soltando alguna carcajada sarcástica
de las suyas… como si lo viera.
El día que me
llamaron parece ser que estaba de buen humor porque recuerdo que les dije que
sí enseguida y hasta me pareció gracioso, pero cuando colgué el teléfono me di
cuenta de que me había dejado llevar por alguna parte idiota de mi cerebro que
en ese momento estaba funcionando en primer plano y no entendí muy bien porque
lo había hecho… No soporto las comidas familiares.
Cuando llegué
todos me miraron con curiosidad… Me sentí observado hasta el último rincón de
mi cuerpo… Alguien se dio cuenta enseguida de una cana que tenía en la patilla
derecha y dijo aquello de “¿Cómo pasa el tiempo?”. Y es cierto. El tiempo pasa.
Ahora mismo está pasando. Mientras escribo. Tic, tac, tic, tac…
Mi vida
familiar siempre ha sido un desastre… y me gusta analizar el tema de vez en
cuando… De hecho tengo muchos apuntes con la idea de hacer un libro un día de
estos… A las editoriales les suele gustar el tema de la familia… Es algo que
todos sufrimos o disfrutamos (según como sea la familia, claro). Nadie puede
elegir donde nace y te encuentras con una familia a la que tienes que aceptar,
incluso querer, pero a mí nunca me gustó mi padre. Simplemente era una persona que
inseminó a mi madre un día y ya está. Eso de que le debemos la vida a nuestros
padres es genéticamente cierto, pero cuando te haces mayor te das cuenta de que
solo es un ser humano más. Cuando mi padre murió corroboré mi teoría. Estaba
allí, ingresado en el hospital, agonizando. Y yo estaba a su lado, simplemente
porque era su hijo, pero no sentía nada especial. Podría haber sido cualquier
persona la que estuviera en aquella cama y yo sentiría prácticamente lo mismo.
Estuve un rato haciéndole compañía, pero él ya no podía hablar, ni siquiera
abría los ojos. Le acaricié la calva un par de veces y salí fuera del hospital
a fumar un cigarrillo. Cuando volví, ya había muerto. Le di un beso de
despedida… y me marché a casa a seguir escribiendo mi novela.
La comida
estaba muy buena. Tengo que reconocer que mi tía Angustias cocina muy bien.
Hizo una paella mixta espectacular. Pollo, gambas, sepia, costilla de cerdo,
mejillones… Aquello era una bomba de relojería… Y me la comí con gusto mientras
hablábamos del tiempo que había pasado sin vernos. Durante los postres (Flan de
huevo casero con nata) empezamos a hablar de la vida que llevaba cada uno de la
familia. Mi prima Socorro seguía trabajando de enfermera y nos contó un montón
de anécdotas bastante desagradables, pero que a mí me dieron algunas ideas para
escribir un cuento. Mi primo Ariel regentaba una lavandería en el centro y mi
otra prima, Concepción, que tenía doce hijos, era ama de casa y no paraba de
hablar de sus hijos. Cuando me tocó el turno, todos se interesaron mucho por lo
que yo estaba escribiendo pero les estuve mintiendo toda la velada. Les dije
que estaba escribiendo un thriller romántico donde dos adolescentes se enamoran
de la misma chica y se pasan toda la vida luchando a ver quién se queda con
ella, pero la chica en cuestión no le gusta ninguno de los dos, de hecho le
parecen dos imbéciles, aunque nunca se lo dice por aquello de que nadie se
moleste… Ella se casa con un fontanero que es asesinado poco después. Más tarde
se casa con un taxista que aparece muerto en un descampado... Después con un
charcutero que también es asesinado… Así va transcurriendo la novela… Cada vez
que ella se casa con alguien aparece muerto poco después. Poco a poco ella va
atando cabos y sospecha que aquellos dos tipos tienen algo que ver en su
desgraciada vida. Y toma una decisión… Se casa con uno de ellos, que, por
supuesto, es asesinado a las pocas semanas. Más tarde se casa con el otro. Pero
va pasando el tiempo y nadie lo mata. Entonces se da cuenta de que sus
sospechas eran ciertas y lo mata ella misma. La policía la descubre y la acusan
de haber matado a todos sus maridos anteriores. Ya en la cárcel, se casa con un
funcionario de prisiones que también es asesinado. “Y así termina la novela”,
les dije, mientras comía mi último trozo de flan (Estaba buenísimo, por
cierto).
Cuando acabé
de explicarles el argumento se quedaron todos callados con los ojos como platos
y siguieron con el postre, comiendo un buen rato en silencio hasta que uno de
los doce hijos de mi prima se acercó a ella y le dijo…
“Mamá, yo
quiero ser escritor”.
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