miércoles, 4 de febrero de 2015

La comida familiar

Aquel día tenía hambre, como todos los días. Eso tuvo fácil arreglo porque estaba invitado a comer en casa de mi tía Angustias que cumplía setenta años. Era una de aquellas comidas familiares que se hacen cada quince años… Bueno, en realidad yo hacía más de veinte que no la veía y, la verdad, aún me pregunto a quién se le ocurrió invitarme… Me imaginé a mi prima Socorro repasando algún álbum de fotos antiguo y reparando en mi careto… “¿Este quién es? ¡Ah, sí, el primo! ¡Aquel que quería ser escritor!”… y soltando alguna carcajada sarcástica de las suyas… como si lo viera.

El día que me llamaron parece ser que estaba de buen humor porque recuerdo que les dije que sí enseguida y hasta me pareció gracioso, pero cuando colgué el teléfono me di cuenta de que me había dejado llevar por alguna parte idiota de mi cerebro que en ese momento estaba funcionando en primer plano y no entendí muy bien porque lo había hecho… No soporto las comidas familiares.

Cuando llegué todos me miraron con curiosidad… Me sentí observado hasta el último rincón de mi cuerpo… Alguien se dio cuenta enseguida de una cana que tenía en la patilla derecha y dijo aquello de “¿Cómo pasa el tiempo?”. Y es cierto. El tiempo pasa. Ahora mismo está pasando. Mientras escribo. Tic, tac, tic, tac…

Mi vida familiar siempre ha sido un desastre… y me gusta analizar el tema de vez en cuando… De hecho tengo muchos apuntes con la idea de hacer un libro un día de estos… A las editoriales les suele gustar el tema de la familia… Es algo que todos sufrimos o disfrutamos (según como sea la familia, claro). Nadie puede elegir donde nace y te encuentras con una familia a la que tienes que aceptar, incluso querer, pero a mí nunca me gustó mi padre. Simplemente era una persona que inseminó a mi madre un día y ya está. Eso de que le debemos la vida a nuestros padres es genéticamente cierto, pero cuando te haces mayor te das cuenta de que solo es un ser humano más. Cuando mi padre murió corroboré mi teoría. Estaba allí, ingresado en el hospital, agonizando. Y yo estaba a su lado, simplemente porque era su hijo, pero no sentía nada especial. Podría haber sido cualquier persona la que estuviera en aquella cama y yo sentiría prácticamente lo mismo. Estuve un rato haciéndole compañía, pero él ya no podía hablar, ni siquiera abría los ojos. Le acaricié la calva un par de veces y salí fuera del hospital a fumar un cigarrillo. Cuando volví, ya había muerto. Le di un beso de despedida… y me marché a casa a seguir escribiendo mi novela.

La comida estaba muy buena. Tengo que reconocer que mi tía Angustias cocina muy bien. Hizo una paella mixta espectacular. Pollo, gambas, sepia, costilla de cerdo, mejillones… Aquello era una bomba de relojería… Y me la comí con gusto mientras hablábamos del tiempo que había pasado sin vernos. Durante los postres (Flan de huevo casero con nata) empezamos a hablar de la vida que llevaba cada uno de la familia. Mi prima Socorro seguía trabajando de enfermera y nos contó un montón de anécdotas bastante desagradables, pero que a mí me dieron algunas ideas para escribir un cuento. Mi primo Ariel regentaba una lavandería en el centro y mi otra prima, Concepción, que tenía doce hijos, era ama de casa y no paraba de hablar de sus hijos. Cuando me tocó el turno, todos se interesaron mucho por lo que yo estaba escribiendo pero les estuve mintiendo toda la velada. Les dije que estaba escribiendo un thriller romántico donde dos adolescentes se enamoran de la misma chica y se pasan toda la vida luchando a ver quién se queda con ella, pero la chica en cuestión no le gusta ninguno de los dos, de hecho le parecen dos imbéciles, aunque nunca se lo dice por aquello de que nadie se moleste… Ella se casa con un fontanero que es asesinado poco después. Más tarde se casa con un taxista que aparece muerto en un descampado... Después con un charcutero que también es asesinado… Así va transcurriendo la novela… Cada vez que ella se casa con alguien aparece muerto poco después. Poco a poco ella va atando cabos y sospecha que aquellos dos tipos tienen algo que ver en su desgraciada vida. Y toma una decisión… Se casa con uno de ellos, que, por supuesto, es asesinado a las pocas semanas. Más tarde se casa con el otro. Pero va pasando el tiempo y nadie lo mata. Entonces se da cuenta de que sus sospechas eran ciertas y lo mata ella misma. La policía la descubre y la acusan de haber matado a todos sus maridos anteriores. Ya en la cárcel, se casa con un funcionario de prisiones que también es asesinado. “Y así termina la novela”, les dije, mientras comía mi último trozo de flan (Estaba buenísimo, por cierto).

Cuando acabé de explicarles el argumento se quedaron todos callados con los ojos como platos y siguieron con el postre, comiendo un buen rato en silencio hasta que uno de los doce hijos de mi prima se acercó a ella y le dijo…

“Mamá, yo quiero ser escritor”.




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