lunes, 29 de noviembre de 2010

Un caracol cruzando las avenidas

Hola, soy un caracol cruzando las avenidas. Son las doce de la noche y, aunque el tráfico sea escaso, soy consciente de que las posibilidades de llegar con vida son mínimas. Pero resulta que tengo a toda mi familia viviendo al otro lado, en un ficus que hay en la entrada de la oficina de la caja de ahorros. Tengo que cruzar. Toda mi babosa vida está en ese ficus.

 Tengo tres caracolillos preciosos… El más pequeño se llama Scoopy y cuando le tocas la barriguita hace unas burbujitas con su baba graciosísimas… Supongo que se me nota que estoy embobado con mi pequeñín… ¡Es que es la alegría del ficus!... Cuando dijo «Fhafhá» por primera vez me dejó empapado…

 Chopus es el mediano. Tiene unas ideas muy radicales para ser un caracol. Yo quiero pensar que es la edad, pero me preocupa su forma de comportarse. Se escapa de su cascarón cada dos por tres y nos hace sufrir mucho. El otro día lo encontré baboseando una jeringuilla que había tirada en una esquina. También le gusta pasearse por las botellas de licor y por las alcantarillas. Hasta tiene una rata por amiga. A mí me parece que es una putilla de mucho cuidado y le digo que no me gustan esas compañías… Pero él no hace caso… Dice que todos somos parte del universo, que todos somos hermanos, que si hay que hacer el amor y no la guerra… «Mira, papa… —me dice—… Yo no estoy en este mundo para arrastrar mi cascarón toda la vida mientras los otros me dicen lo que tengo que hacer. Quiero conocer a otra gente, tener experiencias…». Todo eso está muy bien, pero a mí me sigue preocupando cuando lo veo llegar borracho a su cascarón.

El mayor es Plasty. Es el más serio. Cuando sea mayor dice que quiere aparearse y tener hijos, como su padre. Su sueño es encontrar algún parque tranquilo en la ciudad y vivir sosegadamente con su familia. ¡Qué tres hijos más distintos!

Y después está Shasha, mi dulce y leal Shasha. Mi compañera. ¡¿Qué haría yo sin ella?!... En estos momentos de incertidumbre (os recuerdo que estoy atravesando las avenidas y ya llevo unos cuantos sustos), me acuerdo de los buenos ratos que he pasado en su compañía, sobre todo cuando éramos jóvenes y nos metíamos los dos acurrucados dentro de su cascarón y pasábamos días enteros sin salir ni para comer. Del caparazón solo salía baba y mierda, baba y mierda, baba y mierda... Recuerdo especialmente aquella noche en que, mientras dormíamos, se puso a llover torrencialmente y el agua arrastró mi cascarón calle abajo… Estuvimos cerca de un mes babeando mierda hasta que encontramos otro cascarón vacío, abandonado cerca de un chiringuito de playa. Era de un pobre desgraciado que había ido a parar a una paella de conejo. Estaba bastante sucio, rebozado de arena y aceitoso; lleno de arroz, tomate, guisantes y bigotes de gamba. No era exactamente de mi talla, pero me sentaba bien y me lo quedé. Shasha me ayudó a limpiarlo. Bueno, la verdad es que casi todo lo limpió ella (ya se sabe, cuando ellas se ponen a limpiar no hay quien las pare).

Mientras pensaba en mi maravillosa familia, he conseguido llegar al arcén central de las avenidas sin novedad. Creo que aprovecharé para descansar y comer algo. Aquí hay una hierba bastante buena… aunque sabe un poco a gasolina (en las ciudades todo sabe a gasolina)… Mientras como, estoy pensando en el tiempo que llevo arrastrándome por la ciudad desde que aquel niño (¡maldita sea su estampa!) me cogió del ficus y me dejó tirado cerca de la plaza de toros. Deben de haber pasado 5 ó 6 meses...

De repente suenan las campanas de una iglesia… y me doy cuenta de que ya son las cuatro de la madrugada… Tengo que darme prisa… He de llegar pronto al otro lado antes de que empiece a complicarse el tráfico.

Mi ficus cada vez está mas cerca…

¡Por fin!... Ya estoy al pie de la maceta… ¡Al fin volveré a estar con mi familia!... Subo por el lado norte. Es el más húmedo y eso facilita la escalada... ¡Lo he conseguido!... ¡Ahí está mi compañera!...

            —¡Shasha, Shasha!... ¡Ya estoy aquí!... —Ella se gira, me mira y se acerca a mí sin demasiado entusiasmo… Con cara de sorpresa y rubor al mismo tiempo.

Cuando estamos frente a frente, me empieza a contar lo que su rostro y sus cuernos encogidos delatan:

            —Creíamos que ya no te veríamos más cuando aquel niño te metió en el bolsillo de su pantalón… —dice tímidamente—. Te esperé un tiempo... Después llegó otro caracol y se hizo cargo de la familia. Nos apareamos formalmente. Creí que era lo mejor para nuestros hijos... Plasty se casó y se fue a vivir al hipódromo... A Chopus… a Chopus lo encontré en una alcantarilla... Se había suicidado comiendo mierda de perro... Fue muy triste… Scoopy se ha encariñado con su nuevo padre y ya no creo que se acuerde de ti... No sé qué más decirte... Me sabe mal... pero... las cosas cambian... Lo siento... —Shasha termina de hablar, me da la espalda y se va sin decir nada más…

Podéis imaginaros cómo me he quedado. Con la cara de col o de gilipollas o de imbécil… Ha sido como meterme en una olla de agua hirviendo con sal en los bordes… Mi vida ya no tiene sentido.

De pronto mis antenas caen desplomadas como decadentes rascacielos… y mis babas surgen a borbotones de mi interior, envolviendo mi cuerpo de burbujeantes estallidos de rabia y desesperación… Explosiones de impotencia que van tiñendo de tragedia el paisaje de mi vida… Las imágenes de mi existencia pasan por mi mente como frágiles estrellas fugaces… y todos estos años de felicidad han perdido todo su valor… Ya no me queda nada... Nada por lo que luchar...

Y me dejo caer maceta ¡abaaaajooooo!... Pero no me hago nada. Podría quedarme aquí esperando a que alguien me chafara. Qué más puedo hacer. Llevo 6 meses caminando hacia ningún sitio…

Y vuelvo a cruzar las avenidas por el paso de cebra, arrastrándome triste y cabizbajo por este cruel escenario. La estela de babas que voy dejando a mi paso solo son restos de angustia, excrementos de mi alma purgada por el destino. Solo soy un caracol baboso, rastrero y repugnante… Lo único que pido es no acabar en una paella de conejo.

Suenan las campanas de la iglesia.

Son las 8 de la mañana. Seguro que esta vez alguien acertará...

¡Chooofff!... ¿Lo veis?







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