Aquel día
tenía hambre, como todos los días. Recordé que no tenía apenas nada en la
nevera y pensé en bajar a comerme un menú en el bar de Jacinto. Hacían buenos
menús y era bastante económico, pero estaba trabajando en el segundo capítulo
de “El perro mas listo del mundo” y me quedé a continuarlo pensando en comerme
un bocadillo rápido un poco más tarde... Alguien llamó desde la calle...
Seguramente sería alguien que quería llenar los buzones de publicidad y, como
no esperaba a nadie, pasé de levantarme. Estaba enfrascado en una parte del
cuento muy interesante y no quería perder la concentración de lo que estaba
escribiendo. Era una parte en la que el perro presidente (que, de momento, era
un pastor alemán) nombraba a un San Bernardo ministro de sanidad...
Al rato me levanté, fui a la cocina y abrí la
nevera y lo único comestible que encontré fue un pedazo de queso manchego...
Tenía pan de ayer... Estaba un poco duro, pero una vez abierto lo rocié con
aceite de oliva y le puse el queso. Estaba a punto de hincarle el diente cuando
se me ocurrió ponerle un poco de cebolla cortada muy fina, un poco de orégano y
meterlo en el horno para que estuviera más apetitoso. Mientras calentaba el
bocadillo me acordé que tenía un frasco de bonito del norte en aceite con una
pinta cojonuda. Me la trajo Gorka, un amigo de Bilbao que vino la semana pasada
a pasar unos días en casa y ya no me acordaba. A Gorka le encanta comer y
siempre que viene me trae cosas buenísimas de Euskadi... Me puse un buen trozo
en un plato... También abrí una lata de olivas rellenas de anchoa y otra de
pimientos del piquillo al ajillo... El bocadillo salió del horno bien
tostadito, con un olor penetrante y un colorcito muy sugerente... Se me
empezaba a hacer la boca agua y empecé a comer con unas ganas increíbles... Ummm...
que hambre...
De pronto en
la calle se escucharon sirenas y mucho alboroto. Me asomé al balcón y vi que al
otro lado de la calle se había declarado un incendio de considerables
proporciones. Tres camiones de bomberos, policía y gente pululando alrededor...
bueno... molestando alrededor. Un policía estaba gritando a la gente para que
se apartara pero a mí me dio la impresión de que lo que querían era coger un
buen sitio para poder ver bien el espectáculo.
Como yo no
podía hacer nada, acabé de comer y seguí escribiendo mi relato... aunque era
difícil concentrarse con todo ese follón en la calle y decidí descansar un poco
en el sofá mientras releía lo que había escrito hasta ese momento... Al cabo de
tres o cuatro folios me dormí profundamente...
... Soñé que
salía a la calle, me encontraba con aquel incendio y, sin pensármelo dos veces,
entraba en el edificio en llamas salvando la vida a toda una familia y me
convertía en una especie de superhéroe. Salía de allí llevando agarrado al
padre bajo el brazo derecho, la madre bajo el izquierdo, tres niños colgando
del cuello, un gato enganchándose con sus uñas a mis pantalones y un loro
volando como loco a nuestro alrededor. Cuando llegaba a la calle todo el
público aplaudía con entusiasmo. El jefe de policía, que era un perro “mil
leches”, me saludo efusivamente y la prensa no paraba de hacerme fotos. Al día
siguiente los periódicos sacaban mi foto en portada saliendo del edificio medio
chamuscado con la familia a cuestas. Era una foto impresionante.
Mas tarde el
perro presidente me condecoraba con una medalla, que en realidad era un queso
manchego, y un diploma que tenía forma de barra de pan...
Allí estaban
todos los cargos del gobierno perruno:
Un galgo,
ministro de deportes, un doberman, ministro del interior, un caniche, director
general de la televisión estatal, un yorkshire, ministro de exteriores, un bulldog,
ministro de defensa, un gran danés, ministro de obras públicas, un pastor belga,
ministro de agricultura... Así hasta cuarenta cargos. Cuando desperté quise
recuperar el sueño para acordarme de todos los ministros para utilizarlos en mi
novela, pero solo logré rescatar unos cuantos... Es lo que pasa con los sueños.
Me hice un
poco de café para despejarme un poco... Aunque el otro día leí por ahí que eso
es un cuento, que el café ni espabila ni nada... La verdad es que no se
aclaran, cada día sacan una noticia nueva. También leí hace poco que la piel de
la berenjena produce cáncer... Si tuviésemos que hacer caso de todo lo que
escriben en las revistas nos volveríamos tarumbas...
... Salí al
balcón a tomarme el café para ver cómo iba lo del incendio. Ya se había
marchado casi todo el mundo, solo quedaba un hilillo de humo saliendo de una de las ventanas del edificio y
un par de bomberos vigilando que las llamas no volvieran a aparecer.
... Intenté
seguir escribiendo pensando en la idea de los perros ministros pero fue
imposible, la cabeza se me iba y no se me ocurría nada interesante. Estaba
anocheciendo y salí a dar un paseo. En la calle, los últimos bomberos
abandonaban el lugar del incendio y una señora se santiguaba al pasar por
delante del portal del edificio. De pronto se asomó un loro por una de las
ventanas del primer piso. Parecía herido y no se atrevía a saltar. Hizo un par
de intentos y al final se decidió... Intentó volar agitando sus alas, pero solo
consiguió aterrizar aparatosamente frente a mí. Lo recogí del suelo y lo
acurruque en mis manos. Tenía las alas chamuscadas y una pata rota. Lo llevé a
casa...
... Me costó
mucho dormir aquella noche. Cuando lo había conseguido y estaba profundamente
dormido me desperté bruscamente... Era el loro que gritaba... “¡Papaaa, no
puegdooo gespiraaarr!!... ¡Papaaa, no puegdoooo gespiraaarr!!... ¡Papaaa, no
puegdoooo gespiraaarr!!...”
A la mañana
siguiente lo primero que hice fue llevar el loro a la protectora de animales.
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