Hola, soy un currículum.
Siempre he creído que los currículum somos una pandilla de mentirosos o por lo
menos no decimos totalmente la verdad. ¿Quién puede realmente explicar su vida
profesional en un folio sin mentir, aunque sea un poquito, sin echarse una
florecilla de más, sin estirar un poco su experiencia o sin echar mano de uno
de esos cursillos de formación que duran semana y media y no sirven para nada?
¿Qué aspirante administrativo, por ejemplo, se resiste a la tentación de
adjudicarse 20 o 30 pulsaciones más de las que puede llegar a hacer?
Un curriculum hay que
adornarlo como a un árbol de Navidad. Una bola aquí, una bola allá, algo que brille de vez en cuando, tres o cuatro
estrellitas y alguna cosa que suene a campanas celestiales, pero siempre sin
pasarse. Muchos currículum han acabado en la papelera por ese motivo.
Os estoy contando esto desde una
interminable cola que da la vuelta a la manzana de la oficina del paro. Ha
surgido la oportunidad de conseguir un puesto de auxiliar administrativo en el
ayuntamiento. Son 365 plazas por ocupar, pero las últimas noticias hablan de
más de 5 000 currículum presentados. He hablado con algunos de mis
compañeros y, la verdad, están bastante desanimados, sobre todo los que no
tienen experiencia profesional concreta. Muchos de los que están haciendo cola
se hartan de esperar y se largan. Y es que esto de hacer cola es una de las
cosas que más odio. El tiempo que se pierde tendría que estar reflejado en los
currículum: «64 horas de cola durante 2014, destacando las 4 horas seguidas
para conseguir una entrevista en la empresa KETEKAGAS S. A. Distribuidora de
papel higiénico y derivados».
La espera es una virtud profesional
que no está suficientemente valorada. La espera es sumisión, te hace sentir
imbécil. Te haces preguntas imbéciles: ¿pero qué coño hago yo aquí?, ¿qué es lo
que tiene tanto poder como para tenerme aquí esperando? Y lo peor es tener la
convicción de que no vas a lograr nunca ese trabajo porque seguro que hay mil
tipos más preparados que tú, con más estudios, con más experiencia y, por qué
no decirlo, con más ganas. Porque a veces te planteas lo absurdo de trabajar en
según qué sitios. Tener espíritu para trabajar en algo que te agobia es como
pedirle a la OTAN que sea pacifista. Trabajar de «cualquier cosa» toca los
cojones. Muchos no lo entienden y critican esa falta de espíritu: «¡Este lo que
no quiere es trabajar!». Pero el espíritu de trabajo, de sumisión, de decirse
uno a sí mismo «¡Esto es lo que hay!», no es tan fácil como le pueda parecer a
los que ya han entrado en el rebaño y les basta con obedecer al pastor (¡hostia,
esto me ha quedado un poco bíblico!). Los currículum entendemos muy bien esas
cosas, lo hemos sufrido en nuestras propias carnes y en la de nuestros protagonistas.
El contacto con sus manos nos transmite toda su agonía. No es que no tengan
confianza, es que pasan. Pasan convencidos de que aquí sucede algo, de que hay
algo antinatural en todo esto, de que ser una pieza de una monstruosa
civilización es deprimente. Es como ser un zombi civilizado, como una peonza de
segunda mano. Solo quieren subsistir sin hacer el capullo.
Esto nos afecta mucho a los currículum
porque los que esperan suelen ensañarse con lo que tienen más a mano y, en este
caso, somos nosotros los que acabamos hechos añicos antes de llegar a la
ventanilla correspondiente. Otros se convierten en improvisados aviones de
papel, otros acaban llenos de kétchup en cualquier hamburguesería cercana y
otros, en la papelera.
Yo estoy empezando a ser garabateado
por José Luis González del Pino. 43 años. Natural de Barcelona. Dos años de
dependiente en la sección de juguetería de un hipermercado, dos en una tienda
de deportes y otros dos de administrativo en la imprenta de Don Mariano, su tío.
Esto último es mentira. Nunca estuvo trabajando allí, pero su tío le hizo un
documento escrito con una antigua máquina de escribir (bastante cutre, por
cierto) para que tuviese algo a lo que agarrarse. En realidad su única
experiencia administrativa fue ser escribiente de cocina cuando hizo la mili en
Melilla y todo gracias a que el escribiente veterano era del pueblo de su
padre.
La verdad es que está bastante
agobiado buscando trabajo. Tiene unas ganas locas de independizarse de sus
padres (a pesar de su edad, aún vive con ellos), pero no tiene ningún oficio
conocido y, encima, es de ese tipo de personas sin espíritu de sumisión. No
aguanta más de una semana en los sitios. Se rebela contra la estupidez de
trabajar en algo que se la repatea. No hay manera.
A él, lo que realmente le gustaría ser
es payaso. Lo sé porque un día, mientras me estaba escribiendo, se puso a hacer
el tonto delante de un espejo y empezó un monólogo graciosísimo; me lo pasé de
miedo contemplando la escena. Representaba un montón de personajes, cambiaba de
voz continuamente y los diálogos eran realmente ingeniosos. Tiene una cara
expresiva y creo que el tipo vale (si puede hacer reír a un currículum, será
por algo), pero le han metido en la cabeza desde pequeño que las cosas son como
están montadas y que si no cumples las normas, puedes pasarlas muy canutas.
Puede que sea verdad, pero lo que le han enseñado, en realidad, es a tener
miedo a vivir y lo peor de todo es que él lo sabe. No hay nada peor que saber
que eres un «pringao».
Estamos a punto de llegar a la
ventanilla. Llevamos cerca de una hora y media esperando y José Luis tiene unas
ganas locas de irse... Y yo, también. Tenemos el ansia de escapar de esta
absurda espera, aunque yo tendré que quedarme aquí, con 5 000 currículum
más, a la espera de que alguien nos lleve a una planta de reciclaje. Los dos
sabemos que no vamos a conseguir este trabajo, porque en realidad él no lo
quiere y, sobre todo, porque mientras él hacía muecas delante del espejo,
cambié lo de «Auxiliar Administrativo» por «Payaso».
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