Hola, soy una copa de champán en un bar de
putas. Hace cinco años que estoy aquí y me considero afortunada de seguir con
vida. Muchas de mis amigas han acabado hechas añicos por los suelos a manos de
algún cliente borracho o simplemente torpe. Hay noches que son verdaderos
holocaustos. Ayer, por ejemplo, contabilicé quince vasos rotos; dos de ellos
eran copas de champán amigas mías y compañeras de estantería. Fue una noche
trágica para nuestra comunidad, pero ya se sabe que estamos siempre acechadas
por ese peligro.
Las despedidas de soltero son las más
peligrosas. Los tíos van pasadísimos de todo y hacen verdaderas barbaridades. Como
aquella noche en la que más de una docena de amigos brindaron con whisky en plan ruso... Gritaron «¡Rovscovskaya!»
(o algo así) y estamparon los vasos contra el suelo. Y yo, allí, contemplándolo
todo desde mi estantería, como si estuviera viendo la tele. ¡Menuda masacre! La
dueña del local les llamó la atención y casi terminan a hostias. Fue una
lástima que no se liara una buena trifulca.
Me encanta ver cómo se pelean los humanos. Tienen
algo especial que los diferencia de los demás animales. Como aquel día en el que
un cliente muy joven con cara de sapo se encaró con Günter Himmler, otro
cliente alemán que tiene muy mala leche… Primero se insultaron alternativamente
sin ningún motivo racional.
—¡¡TÚ
ERES UN CABRÓN Y UN CORNUDO! —dijo el joven.
—¡TE VOY A ROMPER
LA CARA, GILIPOLLAS! —dijo Günter.
En este punto, empezaron los empujoncitos...
—¡NO TIENES HUEVOS,
MAMÓN!... ¡TÚ LO QUE ERES ES UN HIJO DE LA GRAN PUTA! —replicó el joven con
cara de sapo.
¡Uep! Aquí es cuando Manoli, la Moños se
mosqueó...
—¿QUÉ PASA CON LAS
PUTAS, EH?...
Entonces entró en escena el cliente que
estaba con Manoli, que, para hacerse el machito (no sé para qué, le iba a
cobrar lo mismo), empezó a defenderla...
—¡UN RESPETO A LA
MANOLI, QUE ESTOY YO AQUÍ CON ELLA!, ¿QUÉ PASA?...
—¡CALLA, CAPULLO,
QUE YO NO ME HE METIDO CONTIGO!... — replicó el «cara de sapo».
—¡EL CAPULLO LO
SERÁ TU PADRE!... ¿SERÁ PARDILLO EL MEDIOMETRO ESTE? —se preguntaba el cliente
de Manoli mientras seguían los empujoncitos.
El Mediometro, que cada vez tenía más cara de
sapo, se abalanzó sobre el acompañante de Manoli y le agarró por la cintura,
quedándole la cara a la altura del estómago (tenía razón con lo de la
estatura). Este, después de descojonarse de él por la poca fuerza de sus
brazos, lo estampó contra la barra y fue a por él con cara de quererlo matar...
¡SHHIFFF... CLACK!... (¡Coño, una navaja!). Mi estantería empezó a temblar
mientras se oyeron los primeros cristales rotos. Manoli le intentó parar por
detrás y se ganó un navajazo en la cara. El Mediometro salió corriendo mientras
Günter, que es el que tendría que haber estado peleándose ya había tomado las
de Villadiego (no sería tan importante el motivo de la pelea). Alguien llamó a
la policía y el tipo de la navaja salió por patas, no sin antes cargarse unas
cuantas copas y botellas por el camino... ¡CRASSH! (Vasos)... ¡CLINKSS!
(Copas)... ¡CROUNCHS! (Botellas)... ¡TRINKSSS! (Chupitos)... ¡CRACK, CRUC,
ÑÑIECC! (Puerta de emergencia)... ¡WOO, WOO, WOO! (Sirena de la policía)...
¡ÑÑIIIII! (Frenazo del coche)...
—¡QUE NAIDE ZE
MUEVA, POLISÍA! —Era el sargento Villalobos, que siempre llega tarde...
¡BANG, BANG!... ¡CROUSSHHFF, CRINCHHSS,
PLOOFF! (Se le disparó el arma sin querer y se cargó la lámpara de lentejuelas
que trajo la dueña de Tailandia)...
—¡QUÉ BESTIA! —Esto
lo dijo Pepo, el camarero que ya ha visto hacer más de una al sargento...
—¡TO ER MUNDO AL
ZUELO! —Villalobos se hizo el loco...
—¡QUE EL TIPO EN
CUESTIÓN YA SE HA PIRAO, VILLALOBOS¡ ¡NO SEA USTED ANIMAL! —le gritó la dueña
acordándose de su madre y de lo que le costó pasar la lámpara por la aduana de
Tailandia.
Bueno, esto pasó hace un par de meses. No
creáis que, porque esto sea un bar de putas, hay una pelea cada día. Ni por
asomo. A veces en un bar de tapas normal y corriente hay muchos más follones
que aquí, lo que pasa es que tenemos muy mala fama.
Últimamente los clientes no consumen
demasiado champán (debe de ser por la crisis, o por lo menos es lo que dicen
por ahí) y no tengo mucho trabajo, incluso se me empieza a acumular el polvo.
Me gustaría salir un poco de mi estantería a tomar el aire, aunque las bocas de
algunos clientes sean un verdadero asco. El último día que trabajé, sin ir más
lejos, me tocó ser la copa del Sr. Bentorrat, un antiguo cliente (más que
antiguo, prehistórico). Toda la cristalería del local le llama el Tiranosaurio.
Dicen que tiene más de cien años, y yo me lo creo. Me convencí de ello cuando
dos de sus dientes cayeron dentro de mí y se mezclaron con el champán. El tío
no se dio ni cuenta y estuvieron allí toda la noche. ¡Qué mal lo pasé! He
aguantado muchas cosas de las bocas de los clientes: alientos asquerosos,
carmines pegajosos, saliva repugnante, lenguas chupándome el borde, manos
grasientas de chorizo… incluso narices, pero aquello fue demasiado. Lo pasé mal
de verdad y un descanso me ha ido de perlas, aunque ahora tengo ganas de salir.
Echo de menos las conversaciones de Manoli con sus clientes, las manos del
lavaplatos acariciándome con la suave esponja impregnada de Mistol y agua
caliente (¡umm... necesito un baño!). También echo en falta los paseos en la
bandeja del camarero, las burbujitas del champán, las charlas con los vasos de
tubo (especialmente con uno que me trae loca, es un encanto), a Lola, la del
guardarropa, a un antiguo amigo posavasos que hace tiempo que no veo, las
jarras de cerveza... ¡Aaaah! ¡Qué buenos momentos!...
Estoy contenta de ser una copa de champán en
un bar de putas, me siento realizada... En el fondo, siempre he sido un poco
pendón.
Ah... no os preocupéis, al final lo de Manoli
no fue nada.
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