lunes, 10 de enero de 2011

UNA COPA DE CHAMPAN EN UN BAR DE PUTAS

Hola, soy una copa de champán en un bar de putas. Hace cinco años que estoy aquí y me considero afortunada de seguir con vida. Muchas de mis amigas han acabado hechas añicos por los suelos a manos de algún cliente borracho o simplemente torpe. Hay noches que son verdaderos holocaustos. Ayer, por ejemplo, contabilicé quince vasos rotos; dos de ellos eran copas de champán amigas mías y compañeras de estantería. Fue una noche trágica para nuestra comunidad, pero ya se sabe que estamos siempre acechadas por ese peligro.

Las despedidas de soltero son las más peligrosas. Los tíos van pasadísimos de todo y hacen verdaderas barbaridades. Como aquella noche en la que más de una docena de amigos brindaron con whisky en plan ruso... Gritaron «¡Rovscovskaya!» (o algo así) y estamparon los vasos contra el suelo. Y yo, allí, contemplándolo todo desde mi estantería, como si estuviera viendo la tele. ¡Menuda masacre! La dueña del local les llamó la atención y casi terminan a hostias. Fue una lástima que no se liara una buena trifulca.

Me encanta ver cómo se pelean los humanos. Tienen algo especial que los diferencia de los demás animales. Como aquel día en el que un cliente muy joven con cara de sapo se encaró con Günter Himmler, otro cliente alemán que tiene muy mala leche… Primero se insultaron alternativamente sin ningún motivo racional.

            —¡¡TÚ ERES UN CABRÓN Y UN CORNUDO! —dijo el joven.
—¡TE VOY A ROMPER LA CARA, GILIPOLLAS! —dijo Günter.

En este punto, empezaron los empujoncitos...

—¡NO TIENES HUEVOS, MAMÓN!... ¡TÚ LO QUE ERES ES UN HIJO DE LA GRAN PUTA! —replicó el joven con cara de sapo.

¡Uep! Aquí es cuando Manoli, la Moños se mosqueó...

—¿QUÉ PASA CON LAS PUTAS, EH?...

Entonces entró en escena el cliente que estaba con Manoli, que, para hacerse el machito (no sé para qué, le iba a cobrar lo mismo), empezó a defenderla...

—¡UN RESPETO A LA MANOLI, QUE ESTOY YO AQUÍ CON ELLA!, ¿QUÉ PASA?...
—¡CALLA, CAPULLO, QUE YO NO ME HE METIDO CONTIGO!... — replicó el «cara de sapo».
—¡EL CAPULLO LO SERÁ TU PADRE!... ¿SERÁ PARDILLO EL MEDIOMETRO ESTE? —se preguntaba el cliente de Manoli mientras seguían los empujoncitos.

El Mediometro, que cada vez tenía más cara de sapo, se abalanzó sobre el acompañante de Manoli y le agarró por la cintura, quedándole la cara a la altura del estómago (tenía razón con lo de la estatura). Este, después de descojonarse de él por la poca fuerza de sus brazos, lo estampó contra la barra y fue a por él con cara de quererlo matar... ¡SHHIFFF... CLACK!... (¡Coño, una navaja!). Mi estantería empezó a temblar mientras se oyeron los primeros cristales rotos. Manoli le intentó parar por detrás y se ganó un navajazo en la cara. El Mediometro salió corriendo mientras Günter, que es el que tendría que haber estado peleándose ya había tomado las de Villadiego (no sería tan importante el motivo de la pelea). Alguien llamó a la policía y el tipo de la navaja salió por patas, no sin antes cargarse unas cuantas copas y botellas por el camino... ¡CRASSH! (Vasos)... ¡CLINKSS! (Copas)... ¡CROUNCHS! (Botellas)... ¡TRINKSSS! (Chupitos)... ¡CRACK, CRUC, ÑÑIECC! (Puerta de emergencia)... ¡WOO, WOO, WOO! (Sirena de la policía)... ¡ÑÑIIIII! (Frenazo del coche)...

—¡QUE NAIDE ZE MUEVA, POLISÍA! —Era el sargento Villalobos, que siempre llega tarde...

¡BANG, BANG!... ¡CROUSSHHFF, CRINCHHSS, PLOOFF! (Se le disparó el arma sin querer y se cargó la lámpara de lentejuelas que trajo la dueña de Tailandia)...

—¡QUÉ BESTIA! —Esto lo dijo Pepo, el camarero que ya ha visto hacer más de una al sargento...
—¡TO ER MUNDO AL ZUELO! —Villalobos se hizo el loco...
—¡QUE EL TIPO EN CUESTIÓN YA SE HA PIRAO, VILLALOBOS¡ ¡NO SEA USTED ANIMAL! —le gritó la dueña acordándose de su madre y de lo que le costó pasar la lámpara por la aduana de Tailandia.

Bueno, esto pasó hace un par de meses. No creáis que, porque esto sea un bar de putas, hay una pelea cada día. Ni por asomo. A veces en un bar de tapas normal y corriente hay muchos más follones que aquí, lo que pasa es que tenemos muy mala fama.

Últimamente los clientes no consumen demasiado champán (debe de ser por la crisis, o por lo menos es lo que dicen por ahí) y no tengo mucho trabajo, incluso se me empieza a acumular el polvo. Me gustaría salir un poco de mi estantería a tomar el aire, aunque las bocas de algunos clientes sean un verdadero asco. El último día que trabajé, sin ir más lejos, me tocó ser la copa del Sr. Bentorrat, un antiguo cliente (más que antiguo, prehistórico). Toda la cristalería del local le llama el Tiranosaurio. Dicen que tiene más de cien años, y yo me lo creo. Me convencí de ello cuando dos de sus dientes cayeron dentro de mí y se mezclaron con el champán. El tío no se dio ni cuenta y estuvieron allí toda la noche. ¡Qué mal lo pasé! He aguantado muchas cosas de las bocas de los clientes: alientos asquerosos, carmines pegajosos, saliva repugnante, lenguas chupándome el borde, manos grasientas de chorizo… incluso narices, pero aquello fue demasiado. Lo pasé mal de verdad y un descanso me ha ido de perlas, aunque ahora tengo ganas de salir. Echo de menos las conversaciones de Manoli con sus clientes, las manos del lavaplatos acariciándome con la suave esponja impregnada de Mistol y agua caliente (¡umm... necesito un baño!). También echo en falta los paseos en la bandeja del camarero, las burbujitas del champán, las charlas con los vasos de tubo (especialmente con uno que me trae loca, es un encanto), a Lola, la del guardarropa, a un antiguo amigo posavasos que hace tiempo que no veo, las jarras de cerveza... ¡Aaaah! ¡Qué buenos momentos!...

Estoy contenta de ser una copa de champán en un bar de putas, me siento realizada... En el fondo, siempre he sido un poco pendón.

Ah... no os preocupéis, al final lo de Manoli no fue nada.



  

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