lunes, 10 de enero de 2011

EL MELÓN CON JAMÓN


Aquel día tenía hambre, como todos los días. Era verano, y mientras iba hacia casa empecé a pensar en prepararme algo “fresquito” para comer… Y pensé en un buen plato de melón con jamón.

En casa no tenía ni melón ni jamón ni nada que terminara en “on” para comer. Ni siquiera tenía nada que terminara en “an” ni en “ta” ni en “evo” ni en “olla” ni en “eso” ni en “esa” ni en “uga” ni en “fa” ni en “na”... Recuerdo que caminaba rumbo al supermercado a punto de cruzar el último semáforo, cuando de pronto mi cerebro empezó a sugestionarme... Melón con jamón... Melón con jamón... Melón con jamón... Empecé a segregar saliva... (¿por qué hace estas cosas el cerebro?) El semáforo, que se había puesto rojo en ese preciso instante, me pareció que no iba a cambiar de color en la vida mientras la boca se me hacía agua pensando en el jugo dulce y refrescante del melón haciendo contraste con el intenso sabor salado del jamón... Joder, que hambre tenía.

No pasaba ningún coche ni había ninguno cerca, así que crucé la calle sin esperar a que se pusiera verde. Una señora que iba con un niño de 5 o 6 años me pegó una bronca descomunal desde la acera... “¡Vaya ejemplo para los críos! ¡Cruzando en rojo!”... Era la misma señora y el mismo niño que había visto el domingo pasado parados en un semáforo de una calle estrecha, secundaria, por la que no pasaba nadie. Le pegó el broncazo al niño porque iba a pasar en rojo. Estuvieron los dos esperando a que se pusiera verde como dos estatuas. Era una calle de cuatro metros de ancho, no se veía un coche en toda la zona. Solo tenían que dar 4 o 5 pasos y ya estaban en el otro lado. Mientras el niño, estupefacto, veía como la gente pasaba del rojo y de su puta madre... El chaval no entendía nada... “¿Por qué no pasamos?”... “¡Calla, niño!”... “Si todo el mundo cruza”... “¡Qué te calles!”... “¿Pero si no pasan coches, mamá?” ¡Plaaas! (hostiazo)... “¡Hay que pasar cuando este verde y punto!”... Recuerdo que aquel día pensé que es mejor enseñar a los críos a afrontar el peligro que a exagerar la prudencia... El caso es que yo cruzaba la calle y tenía hambre... Melón con jamón... Melón con jamón... Melón con jamón...

Entré en el supermercado, cogí un carro y me hice una lista mental de la compra... Melón... Jamón... Eso estaba claro... Pan... Patatas... Huevos... Cebollas... Queso... Mayonesa... Lechuga... Alcachofas... Manzanas... Lo primero fue ir en busca del jamón y el queso en la charcutería, aunque ya que estaba allí también compré beicon, salchichón y un poco de mortadela (A veces me gusta comprar cosas que terminen en “ela” para variar). Compré todo lo demás dejando el melón para el final.

Elegir un melón es de las cosas más difíciles que existen. Si te equivocas en la elección, la has cagado. No sirve de nada preguntarle a la dependienta, te dirá que están todos buenísimos “Están dulces, dulces, dulces...”. ¡Ja! (Esta risa es sarcástica como podréis suponer). No niego que a veces sea cierto, pero siempre esta “aquel melón” ahí, acechando, poniendo cara de bueno, con su pinta de dulce… y su sabor de pepino. Pero a mí no me engañan. Son muchos años de experiencia y no podía fallar... Me puse mis guantes “NAIC” de "toqueteador de melones" y empecé uno por uno a darles golpecitos suaves, a olerlos observando la superficie de la piel, las grietas, el color, dándole ligeras caricias, apretando ligeramente las puntas (a veces hasta me pongo cachondo). Hay que tener una sensibilidad especial para escoger melones. A mí me enseñó mi padre... Mi abuelo le enseñó a él... Y el padre de mi abuelo... Bueno... no... mi abuelo no supo nunca quién fue su padre... Pero da igual, son tres generaciones de "toqueteadores de melones"... Por algo se empieza... Fui tocando y tocando hasta que la dependienta me llamó la atención... “Lleva Ud. media hora tocando melones. Decídase ya, por favor, que tenemos que cerrar”... Era demasiada presión, necesitaba concentración, pero en ese instante lo encontré... “¡Lo tengo!”… Dije, guiñándole un ojo a la dependienta… Pesó casi cuatro kilos y medio y le llamé “Tardón” (siempre le pongo nombres a los melones, es una tradición familiar).

Salí apresuradamente del supermercado y me topé nuevamente con la señora y el niño que estaban parados en el semáforo como de costumbre (igual es una adicta a los semáforos, pensé). Se puso verde y la señora cruzó como siempre, correctamente, aunque esta vez tenía mucha prisa y arrastraba al niño, “Venga que va a venir tu padre y no estará la comida hecha”. Por algún motivo el niño tiraba de la mujer para intentar que no cruzara... En ese momento una ambulancia arrolló a la señora y la envió a tomar por culo... ¡Dios, que hostiazo! El niño, del susto, cayó encima de mí e hizo que el melón cayera al suelo y se rompiera en mil pedazos (Bueno, en tres o cuatro, es un decir). Entonces me di cuenta de que el melón estaba verde... pero verde, verde.

Al final tuve que comerme un bocadillo de tortilla... La señora murió, por supuesto...

Moraleja: Nunca te precipites a la hora de escoger un melón.




 
   

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