miércoles, 11 de febrero de 2015

Los espaguetis a la carbonara

Aquel día tenía hambre, como todos los días. Me apeteció comer unos espaguetis a la carbonara. Hacía tiempo que no los comía. No es un plato que haga muy a menudo porque es una “bomba”. Sobre todo por la nata. No sé cuantas calorías debe de tener un plato de espaguetis a la carbonara, pero me lo imagino (un montón). Y más como los hago yo: primero frío unos taquitos de beicon (un montón) y unos ajos troceados (un montón, también). Cuando están bien fritos les pongo la nata (un montón de nata) y lo dejo un rato a fuego lento. Apago el fuego y lo dejo reposar unos minutos para que la nata coja bien el saborcillo. Después pongo los espaguetis en el plato (un montón) y echo la salsa por encima (un montón de salsa) hasta que quedan bien mojaditos, lo remuevo suavemente, le echo un montón de pimienta blanca y a comer.

Y fue lo que hice aquel día. Me comí dos platos. Me dejé llevar por la gula, pero disfruté como un enano. Aunque sabía que tarde o temprano todo aquello que me había tragado se iba a notar en mi estado físico a partir de aquel momento.

Así fue.

Salí al balcón y me senté a tomar un café. Era un día soleado de mediados de otoño, aunque la noche anterior había llovido torrencialmente provocando la caída de las hojas de los plataneros que se esparcían por toda la calle. Recordé que tenía una reunión importante por la tarde, pero aun faltaban un par de horas. Estaba tan a gusto después de haberme atiborrado de espaguetis a la carbonara que me apeteció escribir algo. Por practicar. Pensé en describir detalladamente aquel confortable día, contar todo lo que ocurriera a mi alrededor a partir de ese momento con la idea de convertirlo en un precioso…

Cuento de otoño

El sol alumbraba mi balcón. El viento empujaba las hojas de los plataneros que pasaban frente a mí volando estremecidas hacia su funesto destino. Revoloteaban inseguras, temblorosas, como platillos volantes conducidos por extraterrestres cocainómanos, mientras las gaviotas hacían su ronda por los tejados, como de costumbre. Frente a mi balcón, una mujer se…
No recuerdo nada más. En ese instante me quedé profundamente dormido. La sobredosis de espaguetis a la carbonara junto con aquel agradable calorcito me provocaron una modorra que me dejó K.O. en 57 segundos.

Al despertar no sabía ni donde estaba. Hojas de platanero se amontonaban en mi regazo, derrotadas por el viento. Recordé lo de los espaguetis y que estaba escribiendo algo. Vi la libreta y el bolígrafo en el suelo, lo recogí, bostecé un par de veces y leí lo que había escrito. Lo de “extraterrestres cocainómanos” no me acabó de gustar, se apartaba un poco del estilo clásico que quería imprimir al cuento de otoño…

Entonces me acordé de la reunión. (Reunión… reunión… reunión = importante)… Me levanté de sopetón. Miré el reloj. Solo faltaban veinte minutos… Y tenía que cruzar toda la ciudad en el metro hasta mi destino. Imposible. Llegaba tarde, seguro. Pensé en mi cuento. Me apetecía terminarlo. Pero tenía prisa (reunión = importante)… Me vestí en un abrir y cerrar de ojos y bajé las escaleras de dos en dos o de tres en tres, no sé. Tenía prisa. En la calle, un barrendero recogía las hojas de los plataneros con parsimonia mientras los transeúntes pisaban las hojas que aun quedaban por barrer convirtiéndolas en un sinfín de delicados pedacitos.

La cara del barrendero era todo un poema.

Pero yo tenía mucha prisa (reunión = importante)… Llegar a aquella reunión se había convertido en un reto. Tenía que conseguirlo. Pensé en mi cuento de otoño mientras corría. Tuve una idea, no recuerdo cual. Entré en la estación bajando las escaleras de tres en tres, de cuatro en cuatro, no sé. Tenía prisa (reunión = importante). Una majestuosa hoja de platanero, que a pesar de su tamaño había sucumbido al capricho del otoño, estaba allí, al borde del último escalón, esperando mi llegada. Resbalé y caí hacia delante bruscamente, aterrizando en un mar de hojas, por el que me deslicé hasta darme de narices con la máquina de refrescos del hall. No me rompí la cabeza de milagro. De pronto, un golpe de viento atrajo la montaña de hojas hacia mí y fueron enganchándose en mi ropa hasta cubrirme todo el cuerpo. Alguien me levantó y me preguntó si estaba bien. Yo le dije que sí… pero era mentira, claro. Estaba a punto de desmayarme.

El barrendero bajaba las escaleras en ese momento y se plantó delante de nosotros apoyado en su escoba.
-Menuda mierda –murmuró, escupiendo encima de las hojas.

Después de ventilarme un poco, fui hacia las máquinas de acceso, pasé la tarjeta de metro (esa que se lleva buena parte de mi sueldo) y bajé al andén. Mientras esperaba la llegada del tren, no pude reprimir mirar las noticias en los monitores de la estación. El titular decía que la tormenta de la noche anterior había provocado la desnudez de todos los plataneros de la ciudad. Millones de hojas se habían escapado de sus ramas y estaban invadiendo las calles. Se vio una casa totalmente destrozada por el peso de una montaña de hojas de platanero. En otra imagen, ejércitos de hojas atacaban a los transeúntes y bloqueaban el paso de los coches hacia la autopista. Por los altavoces anunciaron que el servicio de metro se había suspendido por una gran invasión de hojas de platanero en uno de los túneles. Los que estábamos en el andén nos mirábamos incrédulos. Incluso se oyeron risas. Hasta que un estruendoso ruido nos alarmó. Chorros de hojas de platanero bajaban arrastrándose como gusanos por las escaleras de salida, provocando el pánico entre los viajeros. Las hojas, desafiando las leyes de la gravedad, se subieron por las paredes y por el techo. Hasta que lo cubrieron todo dejándonos en la más profunda oscuridad.

Lo que empezó como un agradable día de otoño acabo siendo una escalofriante pesadilla.

Nadie saldría vivo de allí.

Por lo menos, hasta la primavera.

Y así termina mi cuento de otoño. No salió como lo había planeado en un principio, pero lo terminé. 

Al final la reunión no era tan importante.


Ilustración: Aniola Guilera

2 comentarios:

  1. me imagino las hojas avanzando por el metro.... que miedo!... menos mal que luego llega la primavera.... por ahora...

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