lunes, 7 de febrero de 2011

Un coche de desguace


Hola, soy un coche de desguace. No es que sea un coche viejo, de hecho, soy un GTXI último modelo, lo que pasa es que tuvimos un aparatoso accidente en la autopista, de esos irremediables. Bueno, sería mejor decir «tuvo un aparatoso accidente», porque la culpa fue de Sebastián Sánchez de la Olla, mi propietario.

Era un tipo muy bajito con cara de sapo que estaba como una cabra. Según los papeles del coche (o sea, mis papeles) tenía 25 años. Estudió sociología y Filología China en la Universidad de no sé dónde. Un chico listísimo de buena familia que solo tenía que decir «Papá, coche» y al día siguiente: Papá, coche. Llevaba una especie de doble vida. De día era un ejemplo de ciudadanía (ni siquiera tiraba un papel al suelo). Católico practicante. Novia formal. Lo aprobaba todo (y eso que la Filología China es tela marinera). Donante de sangre, de órganos, de semen, de dinero (a las teresianas), lo daba todo. En fin, que era un tipo que daba asco (hasta se dejaba limpiar el parabrisas en los semáforos. Eso nunca se lo perdonaré, ¡qué mal trago! Utilizaban cada trapo… que daba pena. Siempre me dejaban el vidrio hecho una guarrada, pero lo peor era cuando usaban el agua de sus cubos. ¡Aarggff!... ¡Qué os voy a contar!)

Mientras os explico esto, se acaban de llevar una de mis puertas, el faro derecho, la batería y el vidrio izquierdo de atrás, que fue el único que se salvó del accidente. Si seguimos así, cuando acabe de contar mi historia, no me quedará ni el cenicero... ¡Mierda, si ya se lo han llevado! ¿Quién coño se ha llevado el cenicero?

Cuando llegaba la noche y se colocaba detrás del volante (estoy hablando de Sebastián Sánchez de la Olla, mi propietario), se transformaba. A mí me daba miedo. Tras su cara de sapo, que podía parecer simpática en un primer momento, se le intuía una sonrisa sarcástica, una sonrisa interior, una sonrisa sin risa, casi imaginaria, un «¡je, je!» mudo. A mi motor se le subían las bielas antes de arrancar.

Cada dos o tres noches nos íbamos de putas (digo «íbamos» porque yo siempre acababa poniéndome caliente con aquellas putas de lujo tan perfumadas). Le gustaba hacerlo en la autopista y a mí me subía la temperatura hasta límites peligrosísimos. El tío me ponía a 200 por hora mientras ella le trabajaba el asunto (he estado fino, ¿no?... podría haber dicho «se la chupaba» y punto, pero aquello era un trabajo de artesanía, aunque el precio también era de artesanía). A veces pagaba religiosamente la tarifa y las acompañaba de nuevo a la ciudad. A otras les pagaba y las dejaba abandonadas en plena autopista. Apretaba el acelerador y las dejaba ahí colgadas... ¡¡¡HIJO DE PUTA!!! (Es curioso, siempre le decían «hijo de puta»). A otras ni les pagaba y, encima, las dejaba tiradas... ¡¡HIJO DE PUTA, CERDO!! (Estas incluían lo de «cerdo», supongo que porque no habían cobrado). Pero lo peor era cuando tenía el día macabro y, en el momento de ir a pagar, sacaba una navaja y les cortaba el cuello tranquilamente... ¡¡Zaaass!!... La primera vez me enfrié de golpe (el radiador se quedó desconcertado). Pero después, el radiador y yo nos fuimos acostumbrando. Cada noche, por la cara que ponía, ya sabíamos lo que nos esperaba. Es curioso cómo te puedes acostumbrar a ver cómo asesinan a alguien. Cada vez te afecta menos. Las últimas veces ya ni me enfriaba, incluso jugábamos a adivinar cuándo le cortaría el cuello... ¡Ahora!... ¡Zaass!... (1-0).
 
Me acaban de arrancar el radiador. No he podido ni despedirme. Estoy sin ruedas y me han puesto otro coche encima... Un tipo mira el motor... Creo que se lo quedará. No está perfecto, pero cambiándole un par de piezas quedará como nuevo... Lo que decía... Se lo lleva... Bueno, ya queda menos.

Sebastián Sánchez de la Olla, qué personaje. La última puta con la que estuvimos era alta, rubia y con ojos de tigresa (y cuando digo «ojos de tigresa» no lo digo por decir). A mí ya me daba mala espina cuando entró. Parecía que sabía dónde se metía. Llegaron a un acuerdo en el precio y nos pusimos en marcha. Estábamos en la autopista cuando ella empezó a meter la cabeza entre sus piernas... 50… 100... 130... 140... 160... 200... ¡Se la arrancó de cuajo! Nunca había oído un sonido igual: ¡XAAACSS!... Después se la escupió a la cara y el asiento del conductor se salió de sus raíles del susto… 200... 160... 140... 120... 100... 50... La chica salió del coche y me empujó hasta el arcén. Se quedó pensando un rato mientras mi dueño se desangraba. Volvió a empujarme, me colocó atravesado en una curva y se fue. Al cabo de unos segundos pasó un tráiler y nos arrasó.

Aún me pregunto quién era aquella mujer. ¿Fue como un ángel vengador o estaba «de la olla» como él? Nunca lo sabré, y tampoco es que me importe demasiado. Lo que más me jode es que entre los dos me han convertido en un coche de desguace y pronto solo seré un montón de chatarra. ¡Con lo que vacilaba yo siendo un GTXI último modelo!... ¡¡Ay!! Me acaban de arrancar la instalación eléctrica. ¡¡Mi bomba de freno!!... ¡¡Mis asientos deportivos!!... ¡¡Mi tapicería!!

No, esa navaja no es mía.



  

2 comentarios:

  1. muy bueno!!! me ha divertido mucho esta historia sobre un coche de desguace... Felicidades por tu cratividad e imaginación.

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