Hola, soy un osito de
peluche. Bueno, en realidad soy uno de esos peluches baratos que se venden en
los hipermercados, con la pelusa más bien áspera y los colores un poco sucios.
Mi historia no es nada interesante, pero por aquí se han empeñado en que os la
cuente.
Yo salí de la fábrica de
juguetes hace, aproximadamente, ocho años. Iba en una caja con 24 ositos
idénticos a mí. Es curioso cómo se puede sentir uno en esa situación. Imaginaos
que vais en autobús y todas las personas que hay allí son iguales a vosotros.
Las mismas caras, las mismas ropas, el mismo carácter.
Auténticas fotocopias. No, no podéis imaginarlo. La mayoría os creéis únicos y supongo
que así debe de ser. Los ositos de peluche, en cambio, tenemos que vivir con ello toda
la vida.
Fuimos a parar todos
directamente al almacén de un hipermercado. Son tan fríos e impersonales que te hacen sentir todavía peor. Además,
huelen a carne, a pescado, a verdura, a electrodomésticos (ese olor a cable
quemado que recuerda a los pequeños motores de los coches del Scalextric). Allí
puedes estar rodeado de cualquier cosa. Es un asco.
Estuvimos cinco años
metidos en el maldito almacén. No nos compraban ni por Navidad. Fue patético. La
verdad es que tenemos unos acabados lamentables. Nuestro diseñador todavía se
debe de estar riendo. Menudo tipo. Llegó a ser diseñador de juguetes, de
carambola, y se metió en una empresa que pirateaba ACTION MAN. Los disfrazaba
de cualquier cosa para que fueran diferentes, pero todos tenían esa cara inexpresiva
que delataba que debajo de cada disfraz estaba el mismo puto muñeco. Una vez
hizo uno vestido de cura, pero que en realidad era un guerrillero zapatista. Le
quitabas la sotana y debajo iba hasta el culo de granadas caseras y cócteles
molotov. Se llamaba PATERMAN y venía en una caja en forma de capilla. Dentro
venían dos hostias cortantes, tipo ninja, un santo grial que se convertía en lanzallamas y
una Biblia que, en realidad, era una caja de cartuchos para los dos rifles en forma de
crucifijo que llevaba escondidos bajo la sotana. No tuvo mucho éxito, la
verdad. Ni siquiera cuando sacó una versión con monaguillo y todo. Intentó con
otros modelos, GILIMAN, ORUGAS PIJAS, TRANCY. Según él, este último era un
modelo educativo. Consistía en una NANCY pirateada, como no, con un aspecto
deplorable: sucia, despeinada, con el rímel y la pintura de labios corridos... Hasta
le puso un olor asqueroso y todo. De accesorios llevaba una cajita con
pastillas de todos los colores, paquetes de tabaco, un paraguas descosido y un
bolso andrajoso lleno de cosas inservibles, como chicle masticado y cosas así.
Decía que era para que las niñas vieran lo que no tienen que hacer. No vendió
ni una. Solo consiguió vender una por correo cuando sacó a su hermana TRANKY,
que era una muñeca guapísima. Bueno, era la misma muñeca, pero limpia. Las
metió en una misma caja y puso: «TRANKY y TRANCY: HERMANAS DE SANGRE. ¡DALE UNA
LECCIÓN A TU HIJA!». ¡Qué bestia!
Volviendo a lo del
hipermercado. Por el almacén pasaban toda clase de juguetes y nosotros
seguíamos allí, acumulando polvo. Fue algo muy duro, demasiado tiempo hasta para un osito de
peluche como yo. Menos mal que a un iluminado de la sección de ventas se le
ocurrió lanzar una superoferta de ositos de peluche. Nos adecentaron un poco,
limpiándonos el polvo y espolvoreándonos una especie de ambientador tipo
discoteca (sí, ese)… Nos colocaron en un gran cajón de la sección de
oportunidades con un cartel que decía: «GRAN OFERTA: OSITOS DE PELUCHE 3,99 €. STOCK LIMITADO».
No era muy original, pero fue totalmente efectivo. Parece mentira lo que hace un precio
terminado en 99 céntimos.
Ver desaparecer a mis
compañeros de caja fue bastante triste y, aunque los ositos de peluche no
lloramos, estuve a punto de lanzar un gemido que realmente fue provocado por la
Sra. García, que me estrujaba de una pata para arrebatarme de las garras de
otra señora idéntica a ella (hasta llevaban una blusa parecida). Hubo pelea
para ver quién se me llevaba a casa. Era el último osito que quedaba en el
cajón y ninguna de las dos quería claudicar (y todo esto sucedía entre tirón y tirón de
mis pobres patas. Menos mal que no sé andar). Gracias a dios (al dios de los peluches,
claro), se acercó uno de los dependientes
en prácticas (José Luis González del
Pino, según ponía en la acreditación que llevaba colgando del pecho) y puso un poco de orden. Les propuso que se pusieran una
a cada lado del pasillo; dibujaría una línea entre ellas, me tiraría hacia
arriba y yo decidiría yendo hacia uno u otro lado. Me lanzó y, mientras caía,
estuve a punto de decidirme por la otra señora, pero eran tan parecidas que me
dejé llevar por el destino... Poiingg... Poiingg... Caí a los pies de la Sra. García, que sonreía
satisfecha por su triunfo (con qué poco se conforman algunos).
La Sra. García vivía en
un barrio dormitorio donde se amontonaban miles y miles de personas idénticas
en edificios idénticos en forma de barras de turrón idénticas. Tenía cuatro
bebés, o sea, cuatrillizos. Dos pares de gemelos. ¡Qué gracia! Es curioso cómo
cambian las cosas. En aquella familia me sentía único. Ellos parecían los
peluches, con sus pijamas idénticos, sus zapatillas, sus gorritos idénticos,
sus baberos, sus cunitas idénticas, sus sonajeros idénticos, sus caquitas
idénticas y su... único osito de peluche... Un osito de peluche para los cuatro. Ese era yo.
El primer año fue muy duro (no se
lo deseo ni a mi diseñador). Me arrancaban montones de pelos y los tirones eran
continuos. Cuando alguno de los niños lloraba, yo era el remedio de la Sra. García. El niño de
turno, cabreadísimo, me hacía trizas y aún lloraba más. Me llenaron de babas y
de vómitos de potitos de fruta. Pasé de ser un osito de peluche a ser un muñeco
de trapo con pelos. Aquel año fue una verdadera locura, pero lo peor fue cuando el marido
le dijo: «¡Este muñeco habría que lavarlo, que da asco!». Lo más jodido era que tenía
razón... Me metieron en la lavadora. El centrifugado fue lo mas duro, aunque a la hora del secado pensé que me
desintegraba allí mismo. Quedé con un aspecto tan asqueroso que, a los dos días,
me regalaron en una campaña de recogida de juguetes para el tercer mundo...
Y aquí estoy, en un
lugar de Somalia al lado de un niño con peor aspecto que yo, pero que, por lo
menos, me trata con cariño (creo que le doy pena y todo).
Bueno, eso es todo. Ya
os avisé al principio de que mi historia no era nada interesante.
GRACIAS GRACIAS Y... MIL GRACIAS POR ESTE BLOG! CADA HISTORIA, CUENTO, IMÁGEN... ES BRUTAL!ME HACE REIR, PENSAR, IMAGINAR, SOÑAR... Y ESO NO HACEN QUE LO CONSIGA FACILMENTE.
ResponderEliminarERES UN CRACK!!
Pobre osito,que vida tan dura,pero al final no le va tan mal. Felicidades por esa gran imaginación y genial narrativa.
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