martes, 15 de febrero de 2011

Un osito de peluche

Hola, soy un osito de peluche. Bueno, en realidad soy uno de esos peluches baratos que se venden en los hipermercados, con la pelusa más bien áspera y los colores un poco sucios. Mi historia no es nada interesante, pero por aquí se han empeñado en que os la cuente.

Yo salí de la fábrica de juguetes hace, aproximadamente, ocho años. Iba en una caja con 24 ositos idénticos a mí. Es curioso cómo se puede sentir uno en esa situación. Imaginaos que vais en autobús y todas las personas que hay allí son iguales a vosotros. Las mismas caras, las mismas ropas, el mismo carácter. Auténticas fotocopias. No, no podéis imaginarlo. La mayoría os creéis únicos y supongo que así debe de ser. Los ositos de peluche, en cambio, tenemos que vivir con ello toda la vida.

Fuimos a parar todos directamente al almacén de un hipermercado. Son tan fríos e impersonales que te hacen sentir todavía peor. Además, huelen a carne, a pescado, a verdura, a electrodomésticos (ese olor a cable quemado que recuerda a los pequeños motores de los coches del Scalextric). Allí puedes estar rodeado de cualquier cosa. Es un asco.

Estuvimos cinco años metidos en el maldito almacén. No nos compraban ni por Navidad. Fue patético. La verdad es que tenemos unos acabados lamentables. Nuestro diseñador todavía se debe de estar riendo. Menudo tipo. Llegó a ser diseñador de juguetes, de carambola, y se metió en una empresa que pirateaba ACTION MAN. Los disfrazaba de cualquier cosa para que fueran diferentes, pero todos tenían esa cara inexpresiva que delataba que debajo de cada disfraz estaba el mismo puto muñeco. Una vez hizo uno vestido de cura, pero que en realidad era un guerrillero zapatista. Le quitabas la sotana y debajo iba hasta el culo de granadas caseras y cócteles molotov. Se llamaba PATERMAN y venía en una caja en forma de capilla. Dentro venían dos hostias cortantes, tipo ninja, un santo grial que se convertía en lanzallamas y una Biblia que, en realidad, era una caja de cartuchos para los dos rifles en forma de crucifijo que llevaba escondidos bajo la sotana. No tuvo mucho éxito, la verdad. Ni siquiera cuando sacó una versión con monaguillo y todo. Intentó con otros modelos, GILIMAN, ORUGAS PIJAS, TRANCY. Según él, este último era un modelo educativo. Consistía en una NANCY pirateada, como no, con un aspecto deplorable: sucia, despeinada, con el rímel y la pintura de labios corridos... Hasta le puso un olor asqueroso y todo. De accesorios llevaba una cajita con pastillas de todos los colores, paquetes de tabaco, un paraguas descosido y un bolso andrajoso lleno de cosas inservibles, como chicle masticado y cosas así. Decía que era para que las niñas vieran lo que no tienen que hacer. No vendió ni una. Solo consiguió vender una por correo cuando sacó a su hermana TRANKY, que era una muñeca guapísima. Bueno, era la misma muñeca, pero limpia. Las metió en una misma caja y puso: «TRANKY y TRANCY: HERMANAS DE SANGRE. ¡DALE UNA LECCIÓN A TU HIJA!». ¡Qué bestia!

Volviendo a lo del hipermercado. Por el almacén pasaban toda clase de juguetes y nosotros seguíamos allí, acumulando polvo. Fue algo muy duro, demasiado tiempo hasta para un osito de peluche como yo. Menos mal que a un iluminado de la sección de ventas se le ocurrió lanzar una superoferta de ositos de peluche. Nos adecentaron un poco, limpiándonos el polvo y espolvoreándonos una especie de ambientador tipo discoteca (sí, ese)… Nos colocaron en un gran cajón de la sección de oportunidades con un cartel que decía: «GRAN OFERTA: OSITOS DE PELUCHE 3,99 €. STOCK LIMITADO». No era muy original, pero fue totalmente efectivo. Parece mentira lo que hace un precio terminado en 99 céntimos.

Ver desaparecer a mis compañeros de caja fue bastante triste y, aunque los ositos de peluche no lloramos, estuve a punto de lanzar un gemido que realmente fue provocado por la Sra. García, que me estrujaba de una pata para arrebatarme de las garras de otra señora idéntica a ella (hasta llevaban una blusa parecida). Hubo pelea para ver quién se me llevaba a casa. Era el último osito que quedaba en el cajón y ninguna de las dos quería claudicar (y todo esto sucedía entre tirón y tirón de mis pobres patas. Menos mal que no sé andar). Gracias a dios (al dios de los peluches, claro), se acercó uno de los dependientes en prácticas (José Luis González del Pino, según ponía en la acreditación que llevaba colgando del pecho) y puso un poco de orden. Les propuso que se pusieran una a cada lado del pasillo; dibujaría una línea entre ellas, me tiraría hacia arriba y yo decidiría yendo hacia uno u otro lado. Me lanzó y, mientras caía, estuve a punto de decidirme por la otra señora, pero eran tan parecidas que me dejé llevar por el destino... Poiingg... Poiingg... Caí a los pies de la Sra. García, que sonreía satisfecha por su triunfo (con qué poco se conforman algunos).
 
La Sra. García vivía en un barrio dormitorio donde se amontonaban miles y miles de personas idénticas en edificios idénticos en forma de barras de turrón idénticas. Tenía cuatro bebés, o sea, cuatrillizos. Dos pares de gemelos. ¡Qué gracia! Es curioso cómo cambian las cosas. En aquella familia me sentía único. Ellos parecían los peluches, con sus pijamas idénticos, sus zapatillas, sus gorritos idénticos, sus baberos, sus cunitas idénticas, sus sonajeros idénticos, sus caquitas idénticas y su... único osito de peluche... Un osito de peluche para los cuatro. Ese era yo.

El primer año fue muy duro (no se lo deseo ni a mi diseñador). Me arrancaban montones de pelos y los tirones eran continuos. Cuando alguno de los niños lloraba, yo era el remedio de la Sra. García. El niño de turno, cabreadísimo, me hacía trizas y aún lloraba más. Me llenaron de babas y de vómitos de potitos de fruta. Pasé de ser un osito de peluche a ser un muñeco de trapo con pelos. Aquel año fue una verdadera locura, pero lo peor fue cuando el marido le dijo: «¡Este muñeco habría que lavarlo, que da asco!». Lo más jodido era que tenía razón... Me metieron en la lavadora. El centrifugado fue lo mas duro, aunque a la hora del secado pensé que me desintegraba allí mismo. Quedé con un aspecto tan asqueroso que, a los dos días, me regalaron en una campaña de recogida de juguetes para el tercer mundo...

Y aquí estoy, en un lugar de Somalia al lado de un niño con peor aspecto que yo, pero que, por lo menos, me trata con cariño (creo que le doy pena y todo).

Bueno, eso es todo. Ya os avisé al principio de que mi historia no era nada interesante.

¡Anda, mira, por allí veo una TRANCY!



2 comentarios:

  1. GRACIAS GRACIAS Y... MIL GRACIAS POR ESTE BLOG! CADA HISTORIA, CUENTO, IMÁGEN... ES BRUTAL!ME HACE REIR, PENSAR, IMAGINAR, SOÑAR... Y ESO NO HACEN QUE LO CONSIGA FACILMENTE.
    ERES UN CRACK!!

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  2. Pobre osito,que vida tan dura,pero al final no le va tan mal. Felicidades por esa gran imaginación y genial narrativa.

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